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El poder de la literatura

Grandes instituciones como referente

“Nada es más extraño que la ficción”, afirmaba el escritor británico Martin Amis en Desde dentro, su último libro o contenedor voraz y magistral de historias personales, de historias recorridas con otros que lo marcaron y acompañaron a lo largo de su vida y su carrera de autor, de diálogos directos y vigorosos, con una íntima colaboración en el arte de narrar que siempre estableció con un lector al que invitaba a pasar y tocar de cerca aquella “furia y lodo de las venas humanas” de la que hablaba el poeta Yeats.

El poder de la literatura, la furia insaciable de contar historias sin red ni cortapisas de ningún tipo, la denuncia y presencia cada vez mayor en su obra de la criminalidad brutal y despiadada de los totalitarismos del pasado siglo (en 2002 publicaría su espléndido retrato del estalinismo, Koba el Temible: La risa y los Veinte Millones, y en 2015, La zona de interés, sobre el Holocausto, cuya adaptación, de mano de Jonathan Glazer, se presenta ahora en Cannes) guió la vida de Martin Amis (Swansea, Gran Bretaña, 1949-Lake Worth, Florida, 2023), uno de los mejores escritores de nuestros días, sin lugar a dudas. Uno de los que mejor y más turbulenta y brillantemente representó no sólo a su propia generación, sino el cambio sustancial de toda una época que le tocó vivir y contar: desde finales de un poco pacífico y accidentado siglo XX, marcado por dos guerras mundiales, hasta las primeras décadas del XXI, que le dieron tiempo para contemplar la siempre renovada aparición de nuevas tiranías.

Sus últimas y emocionantes memorias noveladas de 2020, tras unas anteriores y deslumbrantes, Experiencia (2000), estuvieron, en gran parte, dedicadas a homenajear de nuevo, a modo de despedida quizá de este mundo, a presencias fundamentales en su vida. Ahí estaría su muy admirado mentor literario, Saul Bellow; su amigo y compañero indispensable durante años de andanzas y disensiones intelectuales, Christopher Hitchens, enfrentado de forma desgarradora a una muerte cruel y prematura, la misma y devastadora enfermedad que ahora se ha cebado en él; y por fin, ese genio huraño y lacónico que fue el gran poeta inglés Philip Larkin, tan presente desde siempre en su familia de escritores, ya que Martin, eterno enfant terrible, era hijo de Kingsley Amis, uno de los principales representantes de la más importante corriente literaria británica de posguerra, los Angry Young Men (Jóvenes enojados).

Cuando a Martin Amis le hacían la acostumbrada pregunta de filiación literaria (“¿Es Saul Bellow su padre literario?”), él respondía con el ofendido orgullo de alguien que no procede precisamente de una anónima estirpe de las letras: “¡Yo ya tengo un padre literario!”. Criado en una burbuja de apariencia normal y burguesa, como cualquier familia británica de la época de Harold Macmillan y Profumo, pero a la vez al margen, como muy pronto aprendería cualquier miembro de la tribu Amis (“Papá, ¿de qué clase somos?… De ninguna, estamos al margen de eso, somos la intelligentsia”, le respondería invariablemente su famoso progenitor). Con su trayectoria meteórica de niño prodigio de la joven narrativa británica muy pronto asentada, Martin Amis se lanzaría a finales de los años setenta, y sobre todo en la década de los ochenta, muy precozmente, a la neurótica y exitosa vida de escritor “todo ansiedad y ambición”, como él mismo diría.

CONSANGUÍNEO, LITERARIAMENTE hablando, de Bellow, Nabokov, y de la desenvoltura ácidamente poética, irónica y social de un Capote, muy pronto llegó a la redacción del Times Literary Supplement, al premio Somerset Maugham, al New Statesman y, en definitiva, a su carrera imparable como uno de los más dotados novelistas de su generación (la de Julian Barnes, William Boyd, Ian McEwan, Kazuo Ishiguro, Hanif Kureishi, Salman Rushdie), gracias a novelas que marcaron los años ochenta como Dinero y Campos de Londres, que junto a la espléndida La información (de 1995) conformarían lo que ha venido a llamarse su Trilogía de Londres (London Trilogy).

Llegarían otras (todas ellas traducidas al español por Anagrama), siempre con rasgos de su genialidad rebosantes por algún rincón, más o menos desmesurado y provocador, como La flecha del tiempo (1991), Tren nocturno (1998), Perro callejero (2003), La Casa de los Encuentros (2006), La viuda embarazada (2010) o Lionel Asbo. El estado de Inglaterra (2012). Con idas y venidas, con sonoras salidas y entradas de los focos y la escena, con presencias constantes y fantasmas trágicos y recurrentes, todo ello aparecía mezclando géneros, creando nuevos recursos en la prosa, con un estilo inconfundible de gran viveza, humor corrosivo, ferocidad y cinismo destemplado.

El New York Times lo designó en su día como uno de los maestros del new unpleasantness (lo nuevo desagradable), que lo haría célebre. Algo plenamente visible en esa obra autobiográfica, o suma de caminos que se bifurcan y se encuentran sin cesar, que sería su magnífico libro autobiográfico Experiencia. Un proceso privado, peculiar y genial, desternillante por momentos, violentamente satírico, cruelmente autocrítico, sobrecogedor y emocionado en ocasiones, atravesado por vastísimos conocimientos literarios (como demostraría en espléndidos libros de ensayo como Visitando a Mrs. Nabokov y La guerra contra el cliché) y, siempre, con un grado de sinceridad inhabitual para este tipo de libros.

“La admiración por Lenin y Trotski carece de sentido si no se admira el terror. Ellos no querrían tu admiración si ésta no incluye la admiración por el terror, serías alguien a liquidar”, le dirá a su amigo eterno, el famoso exizquierdista y polemista británico Christopher Hitchens que, por otro lado, no pocas veces cambiaría de bando ideológico. “¿Por qué si amas la libertad, quieres al mismo tiempo la tiranía?”. Preguntas hechas a toda una generación cautivada durante décadas por el “experimento” revolucionario soviético, que costó, en cifras no precisadas por los historiadores, alrededor de veinte millones, millón arriba o abajo. Ya lo dijo cínicamente Stalin: “Mientras una muerte es una tragedia, un millón de muertes es simple estadística”.

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