En la mitología griega se cuenta que el primer granado fue plantado por Afrodita, diosa de la belleza y el amor, en la isla de Chipre. Las semillas se las había ofrecido su esposo para retenerla junto a él y evitar así que se volviera al mundo de los vivos, devolviendo con ello el esplendor de la vida a la naturaleza, tras el invierno.
En el Himno a Deméter, escrito por Homero, cuenta que Perséfone que había sido raptada y llevada al inframundo por Hades, se alegró tras escuchar las palabras de éste, que la animaba a volver con su madre.
El coro canta:
Pero antes de partir tomó un grano de granada,
que es dulce como la miel y que Hades le ofreció
porque sabía que así tendría que regresar.
Y cuando Hermes la condujo hasta el templo de Deméter, madre e hija se abrazaron llenas de alegría. Pero una negra sospecha presintió Deméter, de ahí que preguntara a su hija:
Escúchame, hija querida, tan solo dime una cosa.
¿No habrás probado bocado mientras estabas abajo?
Porque si aún no lo has hecho podrás vivir con nosotros,
pero si algo comiste, tendrás que volver allí.
Pasarás los inviernos en la tierra profunda
y al llegar el calor y la tierra esté verde,
con nosotros vendrás a reunirte de nuevo.
Los eventos que nos cambian la vida, se perciben después como sucesos en cámara lenta, un efecto extraño, que a veces, me da la impresión, que es una impronta puesta ahí por el cine, por las novelas o, quizá exista la posibilidad que después de todo, sea algo que se recuerda así, por la intensidad de lo que genera.
Aparece un espacio liminal, uno se queda suspendido por un tiempo. Ahí en forma de oscuridad se comienza a distinguir lo profundo, se escucha el silencio y se habita en la nada. Poco a poco, se abren paso los cuestionamientos, las dudas, los qué sigue después de esto.
Anita Moorjani escribió su libro Morir para ser yo «Todo lo que aparentemente ocurre externamente, ocurre para desencadenar algo dentro de nosotros, expandirnos y llevarnos de regreso a lo que realmente somos». Y pudiera ser que, a veces, uno experimenta algún evento que toca de manera inesperada ese lugar, donde habita la conciencia y se abre una puerta por un tiempo, para potencializar lo vivido y hacer algo con eso.
En el tapiz de la vida, hay millones de hilos hilvanados donde todos estamos conectados, y de pronto, la lanzadera en el telar teje un espacio, un momento, que vuelve la vida distinta para sus protagonistas.
Las experiencias cercanas a la muerte NDEs near-death experiences, tienen una narrativa que imprimen emociones profundas para aquellos, que han estado a punto de morir y han sobrevivido. Pero también las dejan, para quien han estado cerca, para quienes viven el regalo de salvarle la vida a alguien y, para quienes son testigos de ese momento.
Todos los presentes son tocados por un halo de luz, imperceptible al ojo humano, pueden sentir un incremento en la percepción sensorial, aparecen emociones intensas, sensaciones que se perciben como si se alterara el tiempo y el espacio. Nos inunda el miedo, la incertidumbre, el vacío, la angustia y la esperanza, todas aglutinadas de un solo golpe.
En una cafetería, despidiendo los últimos momentos antes de tomar un avión de regreso, mi hija y yo, embebidas en la conversación donde se tejen los pormenores finales antes de la partida, escuchamos un “¿estás bien?”. Sin pensarlo, se levantó corriendo, cuando se dio cuenta que una mujer joven de pelo rubio, estaba ahogándose.
La tomó por la espalda y comenzó a aplicar la maniobra de Heimlich; durante más de dos minutos, apretó con todas sus fuerzas su abdomen, hasta que logró desalojar la obstrucción.
Supo que hacer, porque estaba preparada para hacerlo, y una experiencia como esta, dejó un escenario febril, lleno de momentos para revisar lo ocurrido, la reacción de quien se quedó paralizado, del que sólo observó, de quien no supo qué hacer y la de ella que se percibía todavía brumosa.
Después de un rato invade la calma, entonces se fue dando cuenta de lo que había pasado, de la fuerza de su instinto para cuidar a otros. Para cada uno de los que estábamos ahí, pasó algo de manera distinta, y de la misma manera dejó una impronta dentro, una huella difícil de borrar.
Me da la impresión que aparece el aprendizaje de un conocimiento especial, el encuentro con la barrera del límite donde termina y comienza la vida. La posibilidad de mirar hacia adentro y contemplar que hemos hecho con nuestro tiempo.
¿Por qué un mismo evento genera cosas tan distintas para cada uno? En el entramado interno habita un mapa interior, donde la configuración de uno, se va tejiendo en un lienzo donde se narra la historia, la cultura, creencias, premisas y mandatos. Cada hilo está bañado del color del temperamento, del carácter y la personalidad, cubiertas primordialmente por el dolor y el amor.
Al narrar lo vivido, quien escucha va tomando los fragmentos que lo tocan, así me quedé yo con las imágenes que tomaban forma, cuando mi hija me contó lo narrado por T y recordé sus manos temblorosas. Todavía no había caído en cuenta de la magnitud de lo que había hecho, la mirada de asombro y la calma que me invadía a mí, porque tenía la certeza de que estaba haciendo lo correcto.
Después un “¡Gracias, gracias, gracias, me salvaste la vida” inunda el espacio, son palabras que se vuelven bálsamo y que acarician el alma. Recibir el agradecimiento de alguien que ha estado apunto de morir, se transforma en un presente indescriptible. Un par de días después un regalo; T y su esposo le entregan flores y una granada.
La experiencia va asentándose con los días, va tomando a brochazos la dimensión que la conciencia pone ahí, para generar un aprendizaje.
Después la vida sigue y todo va regresando a su lugar, la emoción anclada en el cuerpo comienza a bajar de intensidad. Y yo voy tomando los fragmentos, hilvanando los hilos y me siento bendecida por haber estado ahí, porque me tocó ser testigo de un evento que toca lo más profundo de la vida, por ser madre de un ser extraordinario.
Como un pequeño esbozo me queda revoloteando en la cabeza la granada, que en su corola tiene forma de corona. Me doy a la tarea de averiguar, como siempre me pasa cuando la curiosidad me pica la testa. Durante días leo sobre su rico simbolismo.
Encuentro que brota de un pequeño árbol que proviene de Irán y el Himalaya en el norte de la India, y que es más antiguo que la historia misma.
Distintos pueblos le dieron un simbolismo sagrado, y en su evolución sus nuevos significados, no implican la desaparición de los anteriores, generando una riqueza ecléctica, así los habitantes del Nilo eran enterrados con granadas, con el anhelo de resucitar en la otra vida.
El rey Salomón tenía un huerto de granadas, y junto a las tablas de los Diez Mandamientos encontrados en el primer templo construido en Jerusalén, había una pequeña de marfil con una inscripción; ‘De la casa de Dios’ (l’byt Yahweh), símbolo de la concordia que representaba el templo, la paz, el diálogo, la fraternidad y la unidad del pueblo .El libro de los Números, cuenta que los exploradores enviados por Moisés a la tierra prometida llevaban el fruto del granado como prueba de la fertilidad del país (Núm 13,23).
La granada se convirtió en un símbolo de fecundidad. El fruto del granado, era la ofrenda preferida entre los regalos de boda, porque sus numerosas semillas representaban fertilidad.
Un fruto con un simbolismo en la dualidad, entre la muerte por el color rojo sangre de sus granos, y como imagen de resurrección y transformación. Una fruta que ha recorrido toda la historia, representada en distintas religiones, en la cultura y la mitología.
Las numerosas semillas contenidas dentro de su dura cáscara, son símbolo de unificación territorial. Enrique de Castilla en el siglo XIII la hizo símbolo de su reino, y después se volvió parte del escudo heráldico de esas tierras.
Cuando algo toca en lo profundo, con el tiempo va germinando. Se convierte en un lienzo que va vibrando en colores su significado. Me suenan las palabras de mi hija: “No sientas que después de esto tienes que hacer grandes cosas, a mí me pasó que, eso fue fuente de angustia cuando estuve a punto de morir.”
Resulta que ahora veo granadas por todos lados, me fascina su sabor y en los chiles en nogada, siempre me pregunto, por qué apenas le ponen unos cuantos granos, cuando yo quiero ver mi plato rebosando. Quizá ahora puedo entender, que en ellos están esas semillas de lo que me falta por sembrar, de las que he recogido, de lo bello que ha sido para mí estar aquí. Que en su color rojo va el dolor y la fuerza del amor, que en el significado de su dualidad, me regala hoy la posibilidad de salir distinta de cada experiencia, y transformarla en algo más. Me llevo el agradecimiento, me inunda esa dicha que provee y, recuerdo que soy sin duda profundamente afortunada.
Por DZ
Claudia Gómez
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